Flora llegó a casa en Navidad de 2012. Le puse este nombre para liberarla de su anterior vida. Criada por cazadores hasta que ya no les sirvió, la dejaron en la protectora @huellaspuertollano muerta de miedo, desorientada y con traumas que arrastró para siempre. Tenia pánico a los ruidos, a la calle, a los hombres (si llevaban paraguas sólo quería salir corriendo aterrorizada, la imagen de las escopetas de caza la persiguieron siempre). Y así, como un ovillo pasó las primeras horas y días, hasta que entendió que aquí nadie le iba a hacer daño nunca más. Después de un mes aprendiendo a curar sus penas y sus traumas, me atreví a soltarla por primera vez. Ese día creí que se iba y ya no volvería, me asusté al verla correr hacia el infinito, pero llegó en pocos segundos hasta el final de la playa y en el mismo tiempo volvió y frenó feliz a mis pies, saltando de alegría. Yo era su refugio y sin saberlo, ella era el mío. A partir de ahí, fue poco a poco, venciendo sus miedos, adaptándose a su nueva vida, feliz y sobre todo, tranquila. Por las tardes llegaba a la floristería, se sentaba en su sillón rosa y dejaba tímidamente que la gente se acercara a acariciarla, esa fue su mejor terapia.
Hace dos años que no está y aún me emociono, su enfermedad (similar al alzheimer) le hizo olvidarse de casi todo, pero lo mejor fue que también se olvidó de sus miedos, sólo quería cariño y con su mirada perdida pedía caricias a todo el que se le acercase.
Me dejó su recuerdo, su valentía, su dulzura, su alegría, su libertad, su cariño, su capacidad de adaptación, su fuerza vital, su amor, todo de lo que yo debía aprender y además, ¡qué suerte tuve!, me regaló su nombre. Nada ocurre por casualidad, Flora llegó, me acompañó en este proceso y después se fue, tranquila y en paz… pero se quedó para siempre en mi corazón, en mi trabajo, en cada flor que os lleváis a vuestra casa.