Todo empezó mientras estudiaba mi carrera, en aquellos tiempos iba a la Escuela de Empresariales por las mañanas y por las tardes ayudaba a mis tíos en su floristería de la Calle Estrella.
Recuerdo momentos muy divertidos, como muchos viernes de bodas a toda pastilla para acabar los encargos. A última hora teníamos que parar con ataques de risas incontrolados, fruto del cansancio. Entonces frenábamos en seco, nos comprábamos unas hamburguesas en la Plaza de Santa Catalina ( las más ricas del mundo) y nos las comíamos mientras seguíamos riendo a carcajadas por el motivo más surrealista, para después continuar hasta terminar el trabajo, fuese la hora que fuese.
El resto de los días el trabajo era más tranquilo y me daba tiempo a empezar a hacer mis primeros arreglos y conocer los entresijos del mundo floral, que como en todos los trabajos, es un MUNDO entero. 

Así pasaron varios años, hasta que terminé mi carrera y dejé la floristería para empezar a dedicarme a lo que había estudiado, ya que eso era lo que se suponía que tenía que hacer. A los veintipico años no me planteaba nada más que encontrar un trabajo que me permitiese vivir bien y alcanzar esas metas materiales que nos venden como un sueño desde que nacemos. A través de la sociedad, la educación, la televisión, las revistas, miles de mensajes nos llegan de todas partes, todo el tiempo, nadie nos enseña a buscar dentro… y realmente crees que eso es lo perfecto y eres feliz mientras hipotecas tu propia vida en forma de cuento de hadas con casa, coche, príncipe y caballo blanco incluido.